Día Internacional de Conciencia sobre el Ruido último miércoles de abril

Paz

Alfonsina Storni
Vamos hacia los árboles... el sueño
Se hará en nosotros por virtud celeste.
Vamos hacia los árboles; la noche
Nos será blanda, la tristeza leve. Paz

Vamos hacia los árboles, el alma
Adormecida de perfume agreste.
Pero calla, no hables, sé piadoso;
No despiertes los pájaros que duermen.

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Anidando en el porche

martes, 18 de septiembre de 2012

La Palabra Esencial

Luis Bueno
www.efeteando.com

Cuentan que hace muchos años, en un pequeño país, habitaba una mujer sabia. A ella acudían, desde lejanas tierras, personas en busca de consejo y sabiduría. Todos encontraban ánimo con sus palabras y ella disfrutaba compartiendo. Su fama se había extendido tanto, que cada vez llegaban más y más personas de lugares más remotos, en busca de una palabra suya. Tantos, que cada vez resultaba más complicado poder atenderlos a todos.

Por ello, fue alargando las horas del día que dedicaba a recibir a los visitantes, a entregar una palabra útil o a escuchar de un modo respetuoso y amable los cientos de historias, cuestiones, dudas, que cada uno le traía.
Y alargar las horas no fue solución porque la gente seguía llegando cada vez en mayor número. Y así, su pasión, nacida de su deseo de ser útil, se iba convirtiendo en un esfuerzo agotador. Y sintió que necesitaba hacer algo.

Y buscando una solución, reflexionó si podría encontrar una palabra esencial. Esa palabra capaz de llegar al corazón de todos y cada uno de los que hasta allí se desplazaban, para concederles la luz, la sabiduría y el consejo que necesitaban, independientemente de aquello que estuviese en su corazón. Así, podría llegar a muchos con esa única palabra, y todo sería más sencillo.

¿Sería posible encontrar “la palabra esencial”?. Esa palabra que recogiera el alma de todas las palabras, el común denominador de todas las enseñanzas, el pilar del árbol de la sabiduría.

Y con esta intención convocó a todos los hombres y mujeres sabios conocidos. A todos los maestros de los distintos territorios. Y cuando allí llegaron, les hizo la insólita propuesta:

Necesito vuestra ayuda para encontrar “la palabra esencial”. Ésa que sea principio y fin, luz y camino, oportunidad y poder. Esa palabra que permita a quien la escuche, sea cual sea su necesidad, entender las respuestas que necesita.

Y así empezaron las discusiones. Y todos y cada uno de ellos fueron pidiendo su turno exponiendo cuál, a su entender, era la palabra esencial:

Rápidamente surgió la palabra AMOR. Dulce y profunda palabra. Pero casi con la misma inmediatez surgieron voces manifestando cuánta dependencia, cuánto dolor, cuánto sufrimiento se había derrochado invocando esa palabra. Y cuántas personas habían sentido que su vida no era tal si éste no respondía a sus pretensiones. Sin olvidar a aquéllos que habían olvidado, si es que alguna vez habían tenido ocasión de aprenderlo, que el verdadero amor empezaba en uno mismo. Para todos ellos la palabra AMOR no era la palabra. Y fue desechada como palabra esencial.

El siguiente en alzar la voz propuso la palabra PERDÓN. Amable y necesaria palabra. Y aunque rápidamente convinieron en su poder, no fueron pocos los que empezaron a cuestionar su idoneidad. Tanta gente había construido su existencia desde la falta de PERDÓN o desde la equívoca ignorancia de que éste era algo que se recibía de otros o se entregaba a otros olvidándose de uno mismo, que no parecía que fuera la palabra esencial. También se descartó.

Otro propuso la palabra PAZ. Pero él mismo, pacíficamente, cayó en la cuenta pronto de cuántas desdichas y enfrentamientos innecesarios se habían sustentado sobre el innegable valor de tan valioso propósito. Tanta lucha, en pos de la PAZ, había devaluado el íntimo sentido de ésta. Tampoco era la palabra buscada.

Y así, una tras otra, se fueron desechando palabras tales como CONFIANZA, AMISTAD, INTENCIÓN, LIBERTAD, PROPÓSITO, GRATITUD… Todas eran valiosas, grandes, pero ninguna parecía reunir los requisitos para convertirse en la palabra esencial válida para todos.

Mientras todo esto ocurría, uno de los sabios presentes guardaba silencio. Un silencio tan envolvente, amable, sincero, dulce y abierto, que llenaba de valor y solemnidad cada instante allí vivido. Y fue entonces que nuestra protagonista, que sabía leer en los mensajes más escondidos y entender las señales menos visibles, comprendió.

Y empezó a hablar. Nos hemos esforzado en encontrar la palabra. Hemos analizado desde la cabeza. Hemos valorado desde la razón. Todos y cada uno de nosotros hemos perseguido un resultado único. Una palabra esencial. Y sin embargo, señalando al que guardaba silencio desde el inicio, él nos está enseñando donde radica el misterio que buscamos. La fuente original de comprensión y poder. El valor preciso en instantes de desconcierto. La verdadera palabra esencial.

La palabra que estamos buscando no existe, porque esa palabra se ha cubierto de silencio para que sólo pueda ser escuchada desde el interior. Desde lo más íntimo, desde lo más callado. Desde el respeto sereno y silencioso uno escucha lo que precisa. Desde la paz tranquila del recorrido interno, el silencio brinda la verdadera respuesta.

Todos, en silencio, entendieron el verdadero valor del descubrimiento. Y todos, en silencio, escucharon lo que en ese momento necesitaban entender y escuchar. Y se produjo el milagro. Ese silencio tomo tantas formas y significados como los allí presentes. Y todos gozaron de esa falta de palabra.


Y desde ese día, cada visitante, cada viajero, cada persona que llegaba pidiendo, buscando o solicitando, recibía una invitación a escuchar esa palabra sin palabras. Ese silencio nutritivo, en el que saciar la sed del buscador. Esa conexión íntima con la esencia que las palabras no podían atrapar.

Y eran muchos los que, en un silencio cálido y compartido, escuchaban su propia palabra. Y su palabra se hacía vida.

Y este aprendizaje también se extendió por tierras lejanas, y la palabra hecha silencio, y el silencio poblado de palabras, se convirtieron en manantial de comprensión. Y el silencio acompañó los oídos abiertos de todos los que quisieron escuchar. Y ese silencio permitió a muchos escuchar sus propias palabras esenciales, su verdadero sentido y significado…

Y desde ese día, nada volvió a sonar igual.
Desde el silencio… Salud y paz

Enviado por Miguel Angel Romero desde Formación para Formadores(MiguelAngel@formacionparaformadores.

Gracias al autor "Bueno", por permitirnos compartirlo.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Violencia acústica intrafamiliar

Doraldina Zeledón Úbeda

Según la Ley 779, “Ley Integral contra la Violencia hacia las Mujeres y de Reformas a la Ley 641, "Código Penal", violencia psicológica es la acción u omisión destinada a degradar o controlar las acciones, comportamientos, decisiones y creencias de la mujer por medio de la intimidación, manipulación, coacción, comparaciones destructivas, vigilancia eventual o permanente, insultos, amenaza directa o indirecta, humillación, aislamiento o cualquier otra conducta que implique un perjuicio en la salud mental, la autodeterminación o su desarrollo personal”

La violencia acústica, forma de violencia ejercida a través del sonido (F. Miyara), es una de esas otras conductas que pueden perjudicar la salud, intimidar, degradar, destruir, humillar. Dice el principio de no violencia: “La violencia contra las mujeres constituye una violación de las libertades fundamentales limitando total o parcialmente el reconocimiento, goce y ejercicio de los derechos humanos”. ¿Y por qué será necesaria una ley para no gritarle a la mujer?

Recuerdo tres hechos: un niño que se escondía cuando el papá le gritaba a su esposa. Y en otro, era a los niños a quienes mal-trataba, pero ellos no hacían caso, sino que también gritaban. El pequeño apenas comenzaba a hablar, no se le entendía, pero utilizaba el mismo tono que el padre. Los gritos no convencen y sólo pueden generar más violencia, resistencia o intimidación. Dice la Ley que “en el caso de niños, niñas y adolescentes, no se podrá alegar el derecho de corrección disciplinaria”. ¿Y por qué códigos, leyes, tratados, convenciones, para no gritarles a niños y a niñas?

Pero los gritos no son sólo por enojo o una forma de reprender al niño o pleitos entre los padres, también está la costumbre de tirar puertas, el alto volumen del televisor o la música, mientras otros de la familia duermen, leen, hacen sus trabajos. Eso también es una forma de violencia y maltrato, de irrespeto. ¿Es tan difícil bajar el volumen?

En el tercer caso, padre y madre les gritaban, pero no sólo era eso, también las palabras: desde estúpido, chancho, tonto, hasta las peores. Esto ya no sólo es violencia acústica, es también “violencia semántica”. Entonces, no son solo los gritos, los golpes en la mesa, los platos contra el piso, los portazos; también las palabras, el tono y el contenido mismo de lo que se dice. Por ejemplo, si le gritan “estúpida”, es más que gritar, es descalificar a la persona, denigrarla, torturarla y hasta destruirla. Si a un niño le dicen constantemente “inútil” probablemente pensará que no sirve para nada. ¿Qué haría usted, varón, si le gritan ¡estúpido!?

Los gritos van afectando la salud y las relaciones, como canta Joaquín Sabina, “y hubo tanto y tanto ruido que al final llegó el final”. Igualmente, afecta la tranquilidad y la formación de niños y niñas, que reproducen esta forma violenta de expresarse, construyendo cadenas hereditarias. Inclusive, esta cultura se transfiere en cada círculo de poder: el jefe le grita al trabajador, el trabajador a la esposa, la esposa a los niños, el mayor al menor; y la descarga, la intimidación, también llegan al perro. La violencia acústica es una herencia cultural dañina. “¿Por qué mi mamá me grita? Los gritos también hieren”, decía un joven.

Por eso, es interesante ver que la Ley contempla medidas de protección y capacitación, y programas de orientación, atención y prevención dirigidos a modificar conductas violentas y evitar la reincidencia. Y sobre todo, que haya instituciones y organizaciones que contribuyen a que esto se haga realidad.

Hay otras formas de violencia acústica: con frecuencia elevamos la voz para imponer un punto de vista. Dicen algunos que así somos, que es parte de nuestra cultura. Hablar a gritos puede ser costumbre, pero a nadie le gusta que le griten y probablemente seamos rechazados junto con nuestro planteamiento. También he visto cómo algunos profesores de danza, teatro, deportes, les gritan a los estudiantes. Y probablemente no sea por el ruido ambiental. ¿Será necesario?

Y a veces también podemos decir palabras en el tono más dulce, o gritar con la mirada o con el silencio; pero esto ya es capítulo aparte.