viernes, 3 de septiembre de 2010
Los ruidos en la Managua de los años 40 y comienzos de los 50
Hoy (3sep-2010) recibí una triste noticia: falleció un amigo y también amigo de la tranquilidad: el arquitecto Sergio Espinosa, managua por los cuatro costados, como él decía. Don Sergio vivió por muchos años en Canadá, en compañía de su esposa, doña Maritza, y falleció en su añorada ciudad. Me quedó el gusto de haberlo conocido y compartir ideas y esperanzas. También pude disfrutar algunos de sus poemas y pinturas. Espero que nos encontremos algún día en un lugar sin ruidos, para conversar "largo y tendido", como lo teníanos pendiente. Dejo aquí uno de sus artículos, que fue publicado por El Nuevo Diario. Doraldina.
Los ruidos en la Managua de los años 40 y comienzos de los 50
Sergio Espinosa*
Atendiendo una gentil solicitud, quiero referirme en unas cortas notas al ruido ambiental en la Managua de los años 40. Como nací en 34, y siendo de Managua por los cuatro costados, creo que algo puedo aportar sobre el tema. Toda mi niñez y comienzos de la adolescencia transcurrieron en esa década y en la siguiente. Viví durante ese tiempo, del 34 a comienzos de 52 en el barrio de Candelaria. En 52 partí para México, donde permanecí hasta 1957. Entonces regresé y me quedé en Managua hasta junio de 93 en que me volví a ir y ya no regresé más. Escribo atenido nada más a la memoria, todo lo que ese archivo personal me irá dictando y sólo con referencias al primer período citado. No consulté ninguna otra fuente, pero quiero mencionar y agradecer a mi tío Julio Gutiérrez Rivera, más o menos contemporáneo mío, quien me ayudó en este repaso de aquellos días.
No era bulliciosa la Managua de esa época. Los sonidos cotidianos más estridentes eran los pitazos que marcaban las entradas y salidas de los trabajadores en sus labores diarias. Los pitazos estaban a cargo de la Cervecería, la Planta eléctrica, el Cuerpo de Bomberos y la Catedral. Los pitazos eran a las 6 y a las 7 am., a mediodía, a la 1 y a las 5 pm.
Otros ruidos que se sucedían en el transcurso de la jornada eran los timbrazos de los cocheros, y alguno que otro bocinazo. Como había pocos vehículos a motor el deambular de ellos por las calles y callejones de la ciudad no ofrecía problemas. Por lo demás, la vida era tranquila y muy poca gente se apuraba. El ajetreo era alrededor de la Estación del Ferrocarril y a la hora de salida y llegada de los trenes. Los pitazos de las máquinas y las campanadas de la Estación no causaban molestia y eran más bien motivo de regocijo para los vecinos a ambos lados de la vía. Ellos se salían de sus casas para ver el paso del tren. Los buses marchaban con respeto. Creo que la gente de mi edad recuerda bien los buses de dos pisos de la Carioca. Las rutas que recorrían eran: Cementerio, Colón, El Triunfo, La Aviación y Mercado. Las ambulancias y los camiones cisternas de los apaga fuegos eran también escandalosos. Siendo la población mucho más pequeña que la actual, los volúmenes de ruido eran más reducidos.
Los centros de mayor concentración de trabajo eran los mercados Central y San Miguel que quedaban juntos. Eran un problema en el centro de la ciudad por su escaso aseo. Sólo desaparecieron con el terremoto de 73. En este sitio, Santos Ramírez, que había vivido en el extranjero, inauguró el sistema de altoparlantes para promociones comerciales. Ese era un sistema de ruido perturbador, pero que gracias a la inclinación del nica por lo novedoso y escandaloso, fue aceptado y se popularizó sin que nadie se quejara. Los cines, que eran a cielo abierto con excepción del González que era techado, causaban ruido moderado que no alteraba la paz de los vecinos. Las cantinas que quedaban en el centro eran lugares más bien respetados, porque nunca alteraron el orden ni fueron lugares de trifulcas y escándalos. Eran célebres, populares y bien conocidas: Camilo Palito, la Cabaña, Panchito Melodía, La Chispa, Noche Criolla, Petit Café y otras que quedaban en el área central y eran centro de encuentro de la intelectualidad de la época: Ge Erre Ene, Manolo Cuadra, el indio Pantaleón, Rodolfo Arana, Mr. Hit y otros eran sus habitués. Yo veía con admiración y respeto la figura augusta del P. Azarías Pallais, quien se hospedaba en el hotel Primavera, muy cerca de mi casa, y muchas veces se juntaba con ellos.
El Mercado Oriental sólo comenzaba a perfilarse. El Distrito Nacional, el Palacio Nacional, cuya finalización en su construcción apenas comenzaba a servir como sede de casi todos los ministerios, y los Bancos, que eran sólo 3: el Nacional, el Banco de Londres y América del Sur, y el Banco Téfel, eran otros centros de trabajo importantes, así como la Escuela de Artes, y las oficinas de los diarios La Prensa, La Noticia, Flecha y más tarde Novedades. La Tribuna, y La Estrella de Nicaragua tuvieron corta duración.
Otras fuentes de ruido eran las amenizaciones de la banda de guerra cuando los juegos, que se efectuaban en el gimnasio, situado entonces cerca del Colegio de Doña Chepita de Aguerri. Los conciertos que ofrecía la orquesta de la Guardia Nacional en el parque central los jueves y domingos, bajo la dirección del capitán Arturo Picado.
Las pregoneras callejeras del comercio informal que a voz en cuello ofrecían sus mercaderías. Entre ellos sobresalían el afilador con su grito: “siempre se afila” …el vende aserrín, el carboneador, y el hojalatero con el suyo: “va a soldar?..” ellos tenían en común su facha de gente trabajadora, aunque despreocupados en su apariencia.
Una vez al mes, un enorme estruendo producido por el mejor avión de la FAN, un Gruman, que sólo lo sacaban para calentarlo, porque consumía mucho combustible, atraía la atención de los vecinos. Era imponente para la época y estremecía la ciudad cuando volaba.
Las partidas de ganado que eran arriadas hacia la hacienda El Retiro, atrás de la Loma, atravesaban la ciudad desde la estación, produciendo el sobresalto e hilaridad de los muchachos. Una especie de la española fiesta de San Fermín a pequeña escala.
Cohetes, bombas y morterazos en los cumpleaños, serenatas y fiestas religiosas eran algo común y no molestaban a nadie, sobre todo, las de Santo Domingo. Las matracas que sonaban para los días de la Semana Santa reemplazando las campanas que por esos días enmudecían en señal de duelo, ponían el acento trágico apropiado para la solemnidad del momento.
El aserrío de los Hernández era uno de los pocos, estaba situado cerca de la estación, junto a la casa de don Rafael Gutiérrez, progenitor de una distinguida familia. No recuerdo si usaban una circular o una sinfín, pero sí suena en mis oídos aún ese ruido especial del afilado metal cortando la madera.
Y termino con una nota romántica esta página nostálgica: un recuerdo de los alcaravanes que en los grandes patios jardinados de las casas solariegas de entonces, daban la hora, hermoseaban el ambiente, depredaban los mosquitos y servían de guardianes, porque avisaban la presencia de un extraño.
Esa era Managua de aquellos años. Nunca como ahora siento que fue un pasado mejor y más sano, pero que por desgracia, no volverá jamás.
Montreal, 4 de octubre de 2004.
*Sergio Espinosa es arquitecto nicaragüense residente en Canadá.
http://impreso.elnuevodiario.com.ni/2005/09/16/opinion/1244
Los ruidos en la Managua de los años 40 y comienzos de los 50
Sergio Espinosa*
Atendiendo una gentil solicitud, quiero referirme en unas cortas notas al ruido ambiental en la Managua de los años 40. Como nací en 34, y siendo de Managua por los cuatro costados, creo que algo puedo aportar sobre el tema. Toda mi niñez y comienzos de la adolescencia transcurrieron en esa década y en la siguiente. Viví durante ese tiempo, del 34 a comienzos de 52 en el barrio de Candelaria. En 52 partí para México, donde permanecí hasta 1957. Entonces regresé y me quedé en Managua hasta junio de 93 en que me volví a ir y ya no regresé más. Escribo atenido nada más a la memoria, todo lo que ese archivo personal me irá dictando y sólo con referencias al primer período citado. No consulté ninguna otra fuente, pero quiero mencionar y agradecer a mi tío Julio Gutiérrez Rivera, más o menos contemporáneo mío, quien me ayudó en este repaso de aquellos días.
No era bulliciosa la Managua de esa época. Los sonidos cotidianos más estridentes eran los pitazos que marcaban las entradas y salidas de los trabajadores en sus labores diarias. Los pitazos estaban a cargo de la Cervecería, la Planta eléctrica, el Cuerpo de Bomberos y la Catedral. Los pitazos eran a las 6 y a las 7 am., a mediodía, a la 1 y a las 5 pm.
Otros ruidos que se sucedían en el transcurso de la jornada eran los timbrazos de los cocheros, y alguno que otro bocinazo. Como había pocos vehículos a motor el deambular de ellos por las calles y callejones de la ciudad no ofrecía problemas. Por lo demás, la vida era tranquila y muy poca gente se apuraba. El ajetreo era alrededor de la Estación del Ferrocarril y a la hora de salida y llegada de los trenes. Los pitazos de las máquinas y las campanadas de la Estación no causaban molestia y eran más bien motivo de regocijo para los vecinos a ambos lados de la vía. Ellos se salían de sus casas para ver el paso del tren. Los buses marchaban con respeto. Creo que la gente de mi edad recuerda bien los buses de dos pisos de la Carioca. Las rutas que recorrían eran: Cementerio, Colón, El Triunfo, La Aviación y Mercado. Las ambulancias y los camiones cisternas de los apaga fuegos eran también escandalosos. Siendo la población mucho más pequeña que la actual, los volúmenes de ruido eran más reducidos.
Los centros de mayor concentración de trabajo eran los mercados Central y San Miguel que quedaban juntos. Eran un problema en el centro de la ciudad por su escaso aseo. Sólo desaparecieron con el terremoto de 73. En este sitio, Santos Ramírez, que había vivido en el extranjero, inauguró el sistema de altoparlantes para promociones comerciales. Ese era un sistema de ruido perturbador, pero que gracias a la inclinación del nica por lo novedoso y escandaloso, fue aceptado y se popularizó sin que nadie se quejara. Los cines, que eran a cielo abierto con excepción del González que era techado, causaban ruido moderado que no alteraba la paz de los vecinos. Las cantinas que quedaban en el centro eran lugares más bien respetados, porque nunca alteraron el orden ni fueron lugares de trifulcas y escándalos. Eran célebres, populares y bien conocidas: Camilo Palito, la Cabaña, Panchito Melodía, La Chispa, Noche Criolla, Petit Café y otras que quedaban en el área central y eran centro de encuentro de la intelectualidad de la época: Ge Erre Ene, Manolo Cuadra, el indio Pantaleón, Rodolfo Arana, Mr. Hit y otros eran sus habitués. Yo veía con admiración y respeto la figura augusta del P. Azarías Pallais, quien se hospedaba en el hotel Primavera, muy cerca de mi casa, y muchas veces se juntaba con ellos.
El Mercado Oriental sólo comenzaba a perfilarse. El Distrito Nacional, el Palacio Nacional, cuya finalización en su construcción apenas comenzaba a servir como sede de casi todos los ministerios, y los Bancos, que eran sólo 3: el Nacional, el Banco de Londres y América del Sur, y el Banco Téfel, eran otros centros de trabajo importantes, así como la Escuela de Artes, y las oficinas de los diarios La Prensa, La Noticia, Flecha y más tarde Novedades. La Tribuna, y La Estrella de Nicaragua tuvieron corta duración.
Otras fuentes de ruido eran las amenizaciones de la banda de guerra cuando los juegos, que se efectuaban en el gimnasio, situado entonces cerca del Colegio de Doña Chepita de Aguerri. Los conciertos que ofrecía la orquesta de la Guardia Nacional en el parque central los jueves y domingos, bajo la dirección del capitán Arturo Picado.
Las pregoneras callejeras del comercio informal que a voz en cuello ofrecían sus mercaderías. Entre ellos sobresalían el afilador con su grito: “siempre se afila” …el vende aserrín, el carboneador, y el hojalatero con el suyo: “va a soldar?..” ellos tenían en común su facha de gente trabajadora, aunque despreocupados en su apariencia.
Una vez al mes, un enorme estruendo producido por el mejor avión de la FAN, un Gruman, que sólo lo sacaban para calentarlo, porque consumía mucho combustible, atraía la atención de los vecinos. Era imponente para la época y estremecía la ciudad cuando volaba.
Las partidas de ganado que eran arriadas hacia la hacienda El Retiro, atrás de la Loma, atravesaban la ciudad desde la estación, produciendo el sobresalto e hilaridad de los muchachos. Una especie de la española fiesta de San Fermín a pequeña escala.
Cohetes, bombas y morterazos en los cumpleaños, serenatas y fiestas religiosas eran algo común y no molestaban a nadie, sobre todo, las de Santo Domingo. Las matracas que sonaban para los días de la Semana Santa reemplazando las campanas que por esos días enmudecían en señal de duelo, ponían el acento trágico apropiado para la solemnidad del momento.
El aserrío de los Hernández era uno de los pocos, estaba situado cerca de la estación, junto a la casa de don Rafael Gutiérrez, progenitor de una distinguida familia. No recuerdo si usaban una circular o una sinfín, pero sí suena en mis oídos aún ese ruido especial del afilado metal cortando la madera.
Y termino con una nota romántica esta página nostálgica: un recuerdo de los alcaravanes que en los grandes patios jardinados de las casas solariegas de entonces, daban la hora, hermoseaban el ambiente, depredaban los mosquitos y servían de guardianes, porque avisaban la presencia de un extraño.
Esa era Managua de aquellos años. Nunca como ahora siento que fue un pasado mejor y más sano, pero que por desgracia, no volverá jamás.
Montreal, 4 de octubre de 2004.
*Sergio Espinosa es arquitecto nicaragüense residente en Canadá.
http://impreso.elnuevodiario.com.ni/2005/09/16/opinion/1244