jueves, 6 de enero de 2011
Sistema de salud: “¿por qué tiene que ser el único?”
Doraldina Zeledón Úbeda
END - 19:37 - 05/01/2011
http://www.elnuevodiario.com.ni/opinion/91734
“Patch Adams” es la película basada en la historia del médico Hunter Adams. Después del suicidio de su tío, se internó en un psiquiátrico porque también él trató de hacerlo. Lo ubicaron con Rudy, quien tenía miedo a las ardillas que supuestamente invadían la habitación. En lugar de enojarse o pedirle que se callara, lo invitó a que jugaran a matarlas. Logró que pasara feliz y dejara el miedo. En una sesión con el doctor y otros internos, consiguió que éstos disfrutaran del encuentro. Se convenció de que era fácil comunicarse con los demás y ayudarles a mejorar su salud, mientras observaba que los médicos ni siquiera veían a los pacientes cuando hablaban con ellos. Un científico internado le enseñó a “ver lo que los otros no ven, lo que deciden no ver”. Y así, Patch “volvería a encontrar el buen camino, en el lugar más inesperado”.
Decidió salirse del hospital para estudiar medicina, convencido de las carencias del sistema. En la Facultad comienza a cuestionar esquemas y a querer cambiar la indiferencia, la fría relación profesional, por una relación de amor con los pacientes, especialmente mediante la comunicación, incluido el humor. De ahí, el “Médico de la Risa”. Yo diría, el médico comunicador, el médico del amor, aunque por sus conceptos, esto sería redundante.
Patch le da mucha importancia al acto de escuchar. Dice que su tío lo escuchaba, que le ayudaba. Luego él ayuda a los pacientes. “Haciendo algo tan sencillo, como es escuchar, lo que lo convierte en médico”. Consigue el apoyo de las enfermeras que le permiten entrar a las salas a escondidas del Director. También logra ser el mejor alumno. Y su estudioso compañero de habitación, que no creía en sus ideas, le pide ayuda: “sé todo lo necesario, pero no puedo hacerla que coma, tú tienes ese don”.
Cuestiona que a los hospitalizados los llamen por números. Cuando el profesor pregunta si tienen dudas, Patch interroga: “¿cómo se llama la paciente?” Y es aleccionadora su respuesta al Director de la Escuela, quien sí lo comprende, pero le dice: “el sistema es lo que es y es lo que tenemos”. Él le contesta: “¿Por qué tiene que ser el único? ¿Por qué no cambiarlo?” Y demuestra que se puede transformar, cambiando los paradigmas.
Para el Decano los médicos no se deben rebajar hasta los pacientes, porque destruyen la objetividad. Lo censura por pretender modificar las normas, producto de siglos de experiencia. Inclusive le critica ser “demasiado feliz”: si quiere ser payaso, váyase a un circo, los enfermos no buscan un payaso o un amigo, necesitan un médico. Patch afirma que en el psiquiátrico quienes le ayudaron fueron sus compañeros, no los médicos. Y cuando decide organizar su hospital declara que utilizarán el humor para curar y no habrá títulos ni jefes. El objetivo será el amor. Y el aprendizaje, la meta más alta, pero en contacto con las personas. Su método será juntar la teoría con la práctica, donde todos serán médicos y pacientes a la vez. En cambio, en la Facultad buscan el reconocimiento, la bata blanca, el título.
Y creó la clínica. Durante el juicio para ver si continuaba o lo expulsaban por ejercer sin licencia, acepta que es culpable “si dar tratamiento es abrir la puerta a los necesitados, a los que sufren, al que busca ayuda física o sicológica; cuidarlos, escucharlos…”. Y ante la pregunta de qué habría hecho en caso de muerte, responde: “Si vamos a luchar contra la muerte, luchemos contra la indiferencia que es el peor enemigo”. “¿Por qué no tratar la muerte con una dosis de humanidad, dignidad, decencia y si no hay otro remedio, con humor?” “La misión del médico no debería reducirse sólo a prevenir la muerte, sino en mejorar la calidad de vida; por eso, si se trata una enfermedad se gana o se pierde. Si se trata a la persona, puedo garantizarles que siempre se gana, no importa el resultado” Y les dice que quiere ser médico para servir y que si no le permiten seguir en la Facultad, no le impedirán estudiar y ayudar a los demás, aunque no tenga la bata blanca.
Lo que observaba Patch, lo vemos aquí. Y más. En los centros privados los médicos son muy amables, pero algunos, mientras hablamos, están frente a su computadora o con el celular. Y en los mal llamados hospitales gratuitos (pagamos mediante impuestos) no están frente a la computadora, sino ante una gran fila, y no tienen tiempo para volverte a ver. Pero no creo que hagan daño por dolo. El problema es el sistema enfermo o la interrelación de los sistemas que se infectan de forma crónica. Porque esto no es nuevo, pero poco hacemos. Y esperamos que alguien venga a salvarnos. O nos acostumbramos a que “el sistema es lo que es y es lo que tenemos”. Es más cómodo. ¿Por qué no eliminar el sarro que paraliza las pinzas, las mentes, los cuerpos, las instituciones y los sistemas?
Bueno, hay médicos que fabrican tiempo para escuchar y explicar. Dan confianza y devuelven la vida o al menos las ganas de vivir. A lo mejor, en cada hospital y en cada facultad, hay un Patch Adams que no encaje en el sistema, y “aprende a ver lo que los demás no ven o deciden no ver, por temor, conformismo o pereza” y se pregunte “¿por qué no cambiarlo?”
El Dr. Hunter “Patch” Adams es también payaso profesional, conferencista, escritor. Ha estado en hospitales, universidades, institutos de América Latina. Viaja por el mundo llevando salud con alegría y amor.
doraldinazu@gmail.com
END - 19:37 - 05/01/2011
http://www.elnuevodiario.com.ni/opinion/91734
“Patch Adams” es la película basada en la historia del médico Hunter Adams. Después del suicidio de su tío, se internó en un psiquiátrico porque también él trató de hacerlo. Lo ubicaron con Rudy, quien tenía miedo a las ardillas que supuestamente invadían la habitación. En lugar de enojarse o pedirle que se callara, lo invitó a que jugaran a matarlas. Logró que pasara feliz y dejara el miedo. En una sesión con el doctor y otros internos, consiguió que éstos disfrutaran del encuentro. Se convenció de que era fácil comunicarse con los demás y ayudarles a mejorar su salud, mientras observaba que los médicos ni siquiera veían a los pacientes cuando hablaban con ellos. Un científico internado le enseñó a “ver lo que los otros no ven, lo que deciden no ver”. Y así, Patch “volvería a encontrar el buen camino, en el lugar más inesperado”.
Decidió salirse del hospital para estudiar medicina, convencido de las carencias del sistema. En la Facultad comienza a cuestionar esquemas y a querer cambiar la indiferencia, la fría relación profesional, por una relación de amor con los pacientes, especialmente mediante la comunicación, incluido el humor. De ahí, el “Médico de la Risa”. Yo diría, el médico comunicador, el médico del amor, aunque por sus conceptos, esto sería redundante.
Patch le da mucha importancia al acto de escuchar. Dice que su tío lo escuchaba, que le ayudaba. Luego él ayuda a los pacientes. “Haciendo algo tan sencillo, como es escuchar, lo que lo convierte en médico”. Consigue el apoyo de las enfermeras que le permiten entrar a las salas a escondidas del Director. También logra ser el mejor alumno. Y su estudioso compañero de habitación, que no creía en sus ideas, le pide ayuda: “sé todo lo necesario, pero no puedo hacerla que coma, tú tienes ese don”.
Cuestiona que a los hospitalizados los llamen por números. Cuando el profesor pregunta si tienen dudas, Patch interroga: “¿cómo se llama la paciente?” Y es aleccionadora su respuesta al Director de la Escuela, quien sí lo comprende, pero le dice: “el sistema es lo que es y es lo que tenemos”. Él le contesta: “¿Por qué tiene que ser el único? ¿Por qué no cambiarlo?” Y demuestra que se puede transformar, cambiando los paradigmas.
Para el Decano los médicos no se deben rebajar hasta los pacientes, porque destruyen la objetividad. Lo censura por pretender modificar las normas, producto de siglos de experiencia. Inclusive le critica ser “demasiado feliz”: si quiere ser payaso, váyase a un circo, los enfermos no buscan un payaso o un amigo, necesitan un médico. Patch afirma que en el psiquiátrico quienes le ayudaron fueron sus compañeros, no los médicos. Y cuando decide organizar su hospital declara que utilizarán el humor para curar y no habrá títulos ni jefes. El objetivo será el amor. Y el aprendizaje, la meta más alta, pero en contacto con las personas. Su método será juntar la teoría con la práctica, donde todos serán médicos y pacientes a la vez. En cambio, en la Facultad buscan el reconocimiento, la bata blanca, el título.
Y creó la clínica. Durante el juicio para ver si continuaba o lo expulsaban por ejercer sin licencia, acepta que es culpable “si dar tratamiento es abrir la puerta a los necesitados, a los que sufren, al que busca ayuda física o sicológica; cuidarlos, escucharlos…”. Y ante la pregunta de qué habría hecho en caso de muerte, responde: “Si vamos a luchar contra la muerte, luchemos contra la indiferencia que es el peor enemigo”. “¿Por qué no tratar la muerte con una dosis de humanidad, dignidad, decencia y si no hay otro remedio, con humor?” “La misión del médico no debería reducirse sólo a prevenir la muerte, sino en mejorar la calidad de vida; por eso, si se trata una enfermedad se gana o se pierde. Si se trata a la persona, puedo garantizarles que siempre se gana, no importa el resultado” Y les dice que quiere ser médico para servir y que si no le permiten seguir en la Facultad, no le impedirán estudiar y ayudar a los demás, aunque no tenga la bata blanca.
Lo que observaba Patch, lo vemos aquí. Y más. En los centros privados los médicos son muy amables, pero algunos, mientras hablamos, están frente a su computadora o con el celular. Y en los mal llamados hospitales gratuitos (pagamos mediante impuestos) no están frente a la computadora, sino ante una gran fila, y no tienen tiempo para volverte a ver. Pero no creo que hagan daño por dolo. El problema es el sistema enfermo o la interrelación de los sistemas que se infectan de forma crónica. Porque esto no es nuevo, pero poco hacemos. Y esperamos que alguien venga a salvarnos. O nos acostumbramos a que “el sistema es lo que es y es lo que tenemos”. Es más cómodo. ¿Por qué no eliminar el sarro que paraliza las pinzas, las mentes, los cuerpos, las instituciones y los sistemas?
Bueno, hay médicos que fabrican tiempo para escuchar y explicar. Dan confianza y devuelven la vida o al menos las ganas de vivir. A lo mejor, en cada hospital y en cada facultad, hay un Patch Adams que no encaje en el sistema, y “aprende a ver lo que los demás no ven o deciden no ver, por temor, conformismo o pereza” y se pregunte “¿por qué no cambiarlo?”
El Dr. Hunter “Patch” Adams es también payaso profesional, conferencista, escritor. Ha estado en hospitales, universidades, institutos de América Latina. Viaja por el mundo llevando salud con alegría y amor.
doraldinazu@gmail.com