https://www.laprensa.com.ni/2002/09/09/editorial/868614-paz-sonora-o-derecho-humano-al-silencio
La Prensa, https://www.laprensa.com.ni/2002/09/09/editorial/868614-paz-sonora-o-derecho-humano-al-silencio A mi madre, quien cada noche y cada mañana, desde siempre y en silencio, se comunica con sus santos y con Dios. Doraldina Zeledón Úbeda Desde hace varios años se acuñó el término “cultura de paz”. Hoy varias instituciones lo hacen propio. Pero, ¿sonará bien? Si hay injusticia, no. Si hay palabras altisonantes, tampoco. Y si hay ruido no puede haber paz. No hay paz sonora. Porque no basta que cesen las guerras armadas, los conflictos, si las personas en el trabajo no pueden concentrarse por los ruidos, si llegan a su casa y no pueden descansar, si salen a la calle y no escuchan más que el ruido rodante. Para tener paz sonora necesitamos estar en armonía con la naturaleza, con el entorno. Esto contribuirá a una mejor calidad de vida. Porque el adelanto tecnológico no significa necesariamente una mejoría. Muchas veces es todo lo contrario, si entendemos por calidad de vida no sólo las condiciones materiales, sino también las espirituales, el bienestar personal y social. Alguien puede tener trabajo, ganar bien, pero si está en un entorno ruidoso, su calidad de vida no será satisfactoria. O puede ser que de la tecnología no le quede más que el ruido. Entonces, debe hablar. Paz sonora no es callar. Si analizamos el término veremos que “paz sonora” implica apacibilidad, tranquilidad, sosiego. No silencio, sino que en un ambiente así, hay palabras, hay vida, hay sonido. Un sonido apacible. Y entre más silencio, habrá más voces. Podremos escuchar mejor. Y aún la voz de nuestra conciencia: las risas y el llanto de la gente. El llanto y los sonidos de la naturaleza. En una ocasión me llamó una jovencita y me comentó que ya no aguanta el ruido de una iglesia, contiguo a su casa. Y el problema es tal, que han pensado trasladarse a otro barrio. “¿Pero por qué? —se preguntaba— si siempre hemos vivido aquí, si es nuestra casa...” “Porque ya no aguantamos”, se contestó casi desesperada. Y las misas y rezos por la madrugada, con cohetes y chicheros son muy alegres. Es nuestra cultura. Pero, ¿nos hemos preguntado a cuántas personas perjudicamos? Y no sólo a las personas. Los pobres perros son quizás los que más sufren, porque tienen el sentido del oído más sensible. Y con cada cohete o bomba, lanzan un aullido. A veces nos causa gracia. O castigamos al pobre animal para que deje de ladrar. Otro día un joven se quejaba porque no había podido dormir debido una serenata vecina. La serenata pudo ser muy grata para la homenajeada, y es una costumbre apreciada, pero no pensamos en que el vecino llegó a medianoche de su trabajo, y tiene que mañanear. Entonces, ¿vamos a barrer la cultura? ¿Y los otros no tienen derecho a su serenata y a sus cantos? Lo que hay que hacer es aprender a convivir entre varias culturas y las diferentes generaciones. Y un amigo me contaba que vive en un lugar tranquilo, que piensa regresar a Nicaragua, pero no a la capital. A pesar de que es managua por los cuatro costados. Pero Managua se ha vuelto invivible, porque no se han sabido aprovechar las bellezas que Dios le dio, sino que más bien las hemos destruido, comentaba. Y conversando con otro joven, decía que él también tiene derechos, que la música aunque esté a todo volumen, no le molesta. Tiene razón. Puede que no le moleste, pero sí le afecta. Sólo que no se da cuenta. Y tiene derecho, si no perjudica a los demás. Es una situación difícil porque el derecho de unos puede silenciar el derecho de los otros. Por eso tiene que haber armonía: uno no silenciar y el otro no imponer su música, sus cantos, sus cohetes. Es una cuestión cultural, decía el joven. Y la cultura no se cambia de la noche a la mañana. Tampoco es cambiar, sino aprender a convivir entre diferentes costumbres. Podríamos averiguar hasta dónde llega nuestra casa, hasta ahí debería llegar nuestra música. Si hay paz sonora, estaremos en armonía con el entorno y estaremos contribuyendo a una mejor calidad de vida. Pensémoslo. Y actuemos. La autora es catedrática universitaria. |