Doraldina Zeledón Úbeda
Publicado originalmente en marzo 2010 en El Nuevo Diario http://www.elnuevodiario.com.ni/opinion/75152
El ruido producido por los animales humanos no se queda en las ciudades, también viaja dentro y sobre el agua. No son sólo los decibeles de restaurantes, carros, camionetas, buses, lanchas y motos acuáticas que se toman lagos, lagunas y costas marinas. Es uno más estridente. Que tortura, estresa y hasta mata la fauna acuática. La mayoría sensible, especialmente los cetáceos, peces, crustáceos como langostas y cangrejos. Recuerdo que antes se tiraban bombas artesanales a los ríos, como una forma de pescar. Ahí quedaba desbaratada toda la fauna, vieja, joven, bebitos y no nacidos. Piensen en esto quienes dudan que el ruido mate. Desconozco si todavía se permiten estos métodos. Pero hay otros ruidos del “desarrollo” que amenazan la biodiversidad. Aunque el desarrollo y la civilización deberían significar tecnología silenciosa.
Hay preocupación por la caza de ballenas, la pesca excesiva y sus métodos, la gran cantidad de basura y aguas residuales que brutalmente llevamos a las fuentes de agua, los derrames de petróleo; pero muy poco interés por el ruido con que el “homo sapiens” invade el mar, igual que como lo hace en tierra firme. Las bolsas de plástico se ven, los efluentes también, la sangre de las ballenas se ve y tiene color. El ruido no. Pero existe. Es omnipresente y todopoderoso sin ser Dios. Y es uno de tantos problemas en el agua y en la atmósfera terrestre.
Una de las principales fuentes de ruido en los océanos es el sónar militar, que emite sonidos de hasta 235 decibeles. Es una técnica para comunicarse o detectar buques. Sónar también se le llama al equipo utilizado, que permite generar y recibir sonidos. Otras fuentes son el transporte acuático, las exploraciones de petróleo, la industria, comercio, dragado, construcción. Inclusive el aparentemente inofensivo avistamiento de ballenas y actividades con fines de investigación pueden ser perjudiciales.
A veces se dan noticias sobre mortandad de peces o el varamiento o muerte de ballenas. Pero no se relaciona esto con el ruido. Sin embargo, la creciente contaminación acústica en los mares pone en peligro la vida de muchas especies. Igual que en el medio urbano, el ruido bajo el agua aumenta cada día. Pensemos cuántas embarcaciones recorren los mares, cuántos puestos militares están tratando de localizar barcos. Cuántos barcos de turistas, cuántos buscando bancos de peces. Leí que en el mundo hay alrededor de 80 mil barcos pesqueros grandes (Y. Alaniz P. 2007). El informe de “Ecosistemas y biodiversidad en aguas profundas y mares altos” (PNUMA-UICN, 2006), habla de alrededor de 3.5 millones incluidos los pequeños, y el uno por ciento son grandes buques industriales.
Durante los últimos sesenta años el ruido en el océano se ha duplicado en cada década. Además del aumento del nivel sonoro y de las fuentes de ruido, el sonido en el agua puede llegar a largas distancias con poca pérdida de energía, pues la velocidad aquí es, en general, de 1500 metros por segundo (influyen variantes como profundidad, temperatura, presión, salinidad, etc.), mientras en la atmósfera terrestre es de 343. Unas cinco veces mayor en el agua.
Hay animales marinos que dependen del sonido para comunicarse, orientarse, navegar, defenderse, buscar alimentos, parearse y cuidar a sus crías. Tienen un sistema de ecolocalización mediante el cual emiten sonidos y a la vez reciben el eco emitido por el entorno, lo que les permite detectar presas o depredadores, comunicarse, orientarse. Pero los ruidos antropogénicos intensos enmascaran los sonidos naturales del medio acuático, que les sirven de guía. O les dañan los oídos. Así, ya sea porque se desorientan o para evitar los ruidos, cambian su ruta y dejan su hábitat, con consecuencias fatales.
Otra de las consecuencias del ruido en los océanos es el estrés o el pánico, por lo que las ballenas, por ejemplo, suben rápidamente a la superficie, lo que les provoca el síndrome de descompresión, como les sucede a los buzos. Después de estar en la profundidad, cuando suben se les forman burbujas de nitrógeno que pueden pasar a la sangre y bloquear el sistema sanguíneo y dañar tejidos. También pueden morir por hemorragia cerebral, meníngea y en otros órganos (L. Weilgart, 2008). Esto es parte de los efectos del ruido en la fauna acuática, además de todo lo que no se sabe porque los cuerpos se van al fondo de mares, lagos o lagunas.
Gracias a organizaciones defensoras de los animales y a la Coalición Internacional de Ruido Oceánico, se han dado algunos pronunciamientos que piden mayor investigación y reducción del ruido. Y coordinación internacional. Hay normativas nacionales y tratados internacionales para la protección de los animales, que son aplicables; pero hacen falta leyes y tratados específicos relativos al ruido en el medio acuático. Para el caso de aguas fronterizas debe haber una preocupación entre las partes involucradas, pues el ruido no se queda en un paralelo ni en una boya. También habría que incidir en los estudios de impacto ambiental, por ejemplo, en las exploraciones petroleras, en los permisos para turismo, etc.
Quizás esto nos parezca ajeno y más lejano de resolver que el ruido que invade nuestras viviendas y el ámbito laboral. O pensemos que le compete al Derecho Internacional, a los gobiernos. O a instituciones y organizaciones internacionales. Pero también aquí podemos contribuir, porque nada está aislado en el universo. La biodiversidad es vital para la supervivencia en la Tierra. No podemos ser ajenos a lo que pasa en el mundo subacuático.
Pdríamos comenzar por reflexionar sobre esto cuando estemos frente a la inmensidad del mar o ante la belleza de nuestros lagos, lagunas y ríos. Y pensar en que albergan una diversidad de vidas que la ruidodiversidad mata.