Doraldina Zeledón Úbeda
Ruido y sueño saludable
editado
“¿Quién es capaz de enumerar las agresiones a un
sueño relajado?”, preguntaba Marco Valerio Marcial en el Epigrama 57, al referirse
al ruido en Roma. Podemos señalar algunas en nuestro entorno: vecinos con
música, películas y deportes a todo volumen; gritos, portazos, vehículos,
especialmente motocicletas; discotecas, bares; altoparlantes, desde muy de
mañana y por la noche.
Inclusive, la música más sublime, como la de
campanas que suenan cada hora en algunas iglesias, para unos puede ser muy
bonita, para otros es ruido, porque a la medianoche no se desea música ni
campanitas, sino condiciones para dormir. Se dice que para reponer las energías
y mantener la salud, es necesario dormir ocho horas diarias.
El ruido que invade el sueño puede aumentar la
presión arterial, la frecuencia cardiaca, el pulso; provocar cambios en la
respiración y en secreciones hormonales; bajar las defensas. Y al día
siguiente, fatiga, dolor de cabeza, somnolencia, bajo rendimiento en el
trabajo y estudio, problemas de memoria y concentración, depresión, ansiedad,
estrés, agresividad, irritabilidad y mal humor. En síntesis, puede afectar el
ambiente, la salud, el trabajo, la
comunicación, la educación, las relaciones, la economía, la calidad de vida.
Desde el punto de vista subjetivo (de cómo se
perciba), el ruido se define como un sonido no deseado, molesto; aunque sea
bajo. Pero aun si no molesta, puede afectar, dependiendo del nivel sonoro y la
actividad que se realice.
Para dormir, el sonido dentro de la habitación no
debe superar los 30 decibeles de nivel promedio durante las ocho horas de
sueño. Y el nivel máximo de eventos esporádicos, como un portazo, no ser mayor
de 45 decibeles. Por eso, ante una denuncia, la autoridad no se debe basar sólo
en su percepción, debe medir el nivel sonoro en las habitaciones, para
comprobar si no se sobrepasan los niveles establecidos para no afectar la salud
y otros derechos humanos.
Cierta vez, un profesor estaba desesperado porque a
su mamá, postrada en la cama debido a la artritis, no la dejaban dormir ni
descansar los vecinos, quienes, para comenzar, se pegaron a la pared de su casa
e instalaron la cocina contiguo al cuarto de la señora. Ruido de pailas,
cucharas, chorros de agua, además de los gritos para comunicarse. Para rematar,
el perro estaba amarrado cerca de la pared. Hace poco pregunté qué habían
hecho. El papá me contó que interpusieron la denuncia, pero ella pidió que no
siguieran, para no tener más problemas. Eso pasa, quien genera el ruido se hace
la víctima y el que sufre la agresión acústica es catalogado de invivible. Y
así, la señora se murió en medio del ruido...
Sucede con frecuencia, no hay respeto por la vida,
ni por la propiedad privada: se pegan a la casa, y lo que no desean, lo pasan
al vecino: humo de cocinas, tierra amontonada, calaches y árboles que revientan
la pared ajena y el bolsillo. Esto se podría resolver con el Código Civil, pero
no vale.
Como dice Marco Valerio Marcial, el que vive en sus
mansiones no tiene ni idea de esto: “Tú, Esparso, desconoces estos ruidos y no
los puedes imaginar”; pero: “En la mísera comarca, Esparso, el hombre, que es
pobre, medios en Roma no halla de pensar y descansar”. Por eso él se va a su
casa de campo.
Igualmente Séneca prefiere alejarse del ruido: “¿No
será alguna vez más cómodo estar libre de todo tumulto? (Séneca a Lucilio en
Epístola 56).
En aquellos tiempos seguramente era fácil encontrar
un lugar tranquilo. Ahora, los ruidos azotan en todas partes, de mil maneras.
Día y noche. Y no todos tenemos casa campestre. Y en el campo, el ruido
progresa. ¿Moriremos en medio del ruido y a causa del ruido?